Quiéreteme
Tenía la letra. O parte de ella. Entonces me crucé con un músico itinerante. Este hacía uso de un curioso acordeón, y la melodía que producía me recordó a la de un tango argentino. ¡Me vino la inspiración!
Tenía la letra. O parte de ella. Entonces me crucé con un músico itinerante. Este hacía uso de un curioso acordeón, y la melodía que producía me recordó a la de un tango argentino. ¡Me vino la inspiración!
Hoy en día, publicar un libro no es la gran cosa. Con la cantidad de editoriales de autopublicación que hay, cualquiera —con dinero— puede hacerlo. Que quede claro, no le estoy quitando mérito a eso de tener dinero.
Nunca olvidaremos
que las balas tienen dueños.
Que no vuelan por los aires,
si tú no las provocas.
Que cuando lo hacen,
tienen un buen motivo.
Desgraciadamente,
agarrados del gatillo.
«Libertad, esclavos de tu definición, nunca sonaste como una canción de los Rolling Stones». Solemos atribuirles a las palabras más poder del que tienen en realidad.
¿Quién no recuerda esos peinados que parecían hechos a machetazos? Los desteñidos de agua oxigenada, los flequillos para todo —el cruzaito, el mazacote, el corto de más—, las mechas californianas. Y ¿las cejas extradepiladas?
Aparquen aquí sus sentimientos, —pasen y vean—, innumerables contiendas, cientos de participantes a una sola mesa, jugando barajas sin cartas, para obtener por fin sus
El faro en lo alto de la montaña que lindaba con el mar. Un lugar respetado por todos, de culto para los más jóvenes —el
«Vivir para Contarlo» es una saga de novelas —o se plantea como tal— que nace de las experiencias vividas, de los recortes emocionales a
Con treinta y tantos —más de los que suelo echarme—, y más tarde que pronto, pero más ilusionado que nunca por compartir este proyecto con vosotros.