J.S. Sansano

De pequeña, nada, introducción

 

Me presento. Este soy yo.

Con treinta y tantos —más de los que suelo echarme—, y más tarde que pronto, pero más ilusionado que nunca por compartir este proyecto con vosotros.

«El Último Loco entre los Cuerdos».

No ha sido fácil. Nada que implique un gasto emocional significativo suele serlo. Más allá del tiempo invertido, este libro reinventa todos mis complejos a fuerza de asumir errores y seguir adelante por pura convicción; plasma el amor y respeto que siento hacia los medios artísticos de la música y la literatura; y, por supuesto, expone una parte de mí, tal vez la más genuina y la que menos me he atrevido a representar.

«Un artista debería crear cosas hermosas sin poner nada de su propia vida en ellas. Vivimos en una época en la que los hombres tratan el arte como si este aspirase a ser una forma de autobiografía. Hemos perdido el sentido abstracto de la belleza», decía Oscar Wilde en «El Retrato de Dorian Gray», algo con lo que no estoy del todo de acuerdo. Considero que el arte transciende las emociones de su autor. Y es en esa inconcreción de los sentimientos, un crisol de significados, donde nace una belleza desenfocada, única, e imposible de reproducir por otros medios.

En el apartado de las emociones, todos tenemos alguna asignatura pendiente. Yo el primero.

Los hay que sufren de apariencia —el mal moderno más común—, de un nihilismo entallado que apenas consigue disimular su falta de ambición, de motivación, de inanición (argu)mental, que los va oxidando por dentro hasta pudrir todas sus proezas y envidiar el trabajo de los demás. Los hay que sufren de ansiedad, de odio irracional hacia ellos mismos, de síndrome del impostor, que renuevan sus votos consigo mismos para redefinir sus miedos en puro arte, en símbolos enaltecidos de los que siempre tuvieron algo más que decir; que son una inspiración para el resto. Y yo, por ejemplo, se podría decir que sufría de ambigüedad.

Soy un conglomerado de personalidades que han sido educadas por un mismo estafador —mi «yo» más petulante, al que llamaremos el Regidor—, a razón de lo que las gentes —el Gran Público—, en las diferentes realidades que me rodean, esperaban obtener de mí. He sido un hedonista de boquilla, un fenómeno de circo sin espectáculo, un bueno para algo —cuando me lo imponían—, un proeta —de la proesía, nada que ver con el grupo terrorista—, un rockmántico desatinado —duro por fuera, tierno por dentro—, o el peor de todos, el postureta, el Candido Enmascarado —sin tilde en la «a», miente más que habla por aparentar—. A fin de cuentas, un parlamento de identidades donde todos gritan y patalean por alcanzar un acuerdo que solo les beneficiaría a unos pocos.

Por ese motivo, quiero compartir con vosotros este proyecto. Un proyecto tan personal que es lo único que ha conseguido reunir a todos estos entes independientes y egoístas para hacerlos colaborar con un objetivo afín. Encontré mi paz interior en las páginas de los libros hace mucho tiempo, pero dar forma a uno, te recompone por dentro.

Os agradezco de antemano a todos los que le deis una oportunidad a la novela. Es un tocho, 730 páginas, un libro que os acompañará durante algún tiempo, y cuyos personajes os pedirán crecer a vuestro lado. Estoy seguro de que muchos —todos es imposible— sabréis valorar y compartir el proceso y la búsqueda identitaria de Tony hasta convertirse en una estrella del rock.

A todos vosotros, gracias de corazón.

Pd.- La fotografía está tomada en verano. Voy de tangencial por la vida, pero no en bermudas en pleno enero.