J.S. Sansano

Circo de Pulgas

Aparquen aquí sus sentimientos,
—pasen y vean—,
innumerables contiendas,
cientos de participantes
a una sola mesa,
jugando barajas sin cartas,
para obtener por fin sus alas.

Pasen y vean…
Románticos desfigurados,
el asombroso caso del conejo depilado.
Payasos desdentados,
de incompetencia inconsciente,
tratando de robar sus dientes
al ratoncito Pérez.

Pasen y vean…
Contorsionistas de sueños,
saltimbanquis costumbristas,
a los trapecistas de la prosa
sin redes ni paracaídas,
y al viento que arrastra
a los autores sin argumentos.

Pasen y vean…
fieras florecillas silvestres,
domadores de bersos sin previos,
a los faquires diletantes
con estigmas de hurgarse en los faldones
para escupir el fuego que guardan,
ahí abajo, en sus cajones.

Pasen y vean, estimado público,
a un mero espectador
dando palmas con arritmia
—un timo, un mimo—,
zurciendo alas en el aire
con su cigarrillo apagado.
Un vendedor de puro humo.

En esta vida hay que darle a to’, y «Circo de Pulgas» surgió de la necesidad de ordenar, con cierto sentido y plasticidad, la escombrera de sensaciones que me ofuscaba. Lo haría en forma de poesía —o proesía, por lo justito que ando en métrica y estética poética—, pero entonces únicamente buscaba recuperar el equilibrio.

Había sufrido un desengaño existencial. Yo me dejaba la piel intentando terminar la que sería mi primera novela, «El Último Loco entre los Cuerdos»; tenía tiempo de sobra, pero la cosa no fluía. Al mismo tiempo, descubrí un garito nuevo en donde la gente se reunía para compartir sus inquietudes artísticas, música, poesía, o simplemente a contribuir con una pizca de irreverencia.

Me refiero, por supuesto, a @elrefugioarteyutopias.

Allí veía subir al escenario a gente de todo tipo, liberada de prejuicios, encumbrando sus complejos de formas retadoras y bellas, desmontando ideales. Pero también los había que no me transmitían con sus creaciones. Igualmente se alzaban en la tarima con la misma convicción y, al terminar, recibían el aplauso de la mayoría.

Mientras tanto, yo seguía enquistado en mi pequeña cápsula del tiempo perdido.

Eso me hizo pensar en cómo nos percibimos unos a otros en este mundillo. El arte, aun siendo el medio de transporte con las mejores vistas para llegar hasta el centro de las personas, tiene las plazas muy limitadas. A nuestro nivel, podemos disfrutar lo de los demás, pero siempre nos diremos que lo nuestro es mejor. Pero ¿y si lo nuestro nunca llega…?

Sentía que, para recibir aplausos, a veces, no se valoraba tanto el esfuerzo ni las capacidades como desentonar, dar espectáculo. Visto de ese modo, el reconocimiento en la actualidad, más que a la autenticidad, se asocia a la teatralidad. De lo esperpéntico y vulgar, se llega al excentricismo y la atracción. Como en un circo de variedades. Y si había un circo en el que la gente creía ver lo que le pedían que viera, ese era el circo de pulgas.

Pero, igual que algunos circos de pulgas eran reales, con el talento pasa lo mismo. Aunque no se pueda ver a simple vista, algunos realmente lo llevan dentro.

Y lo lucen.