«Dispersión», por Pepe Colubi
Después de varios años, reencontrarme con Pipi en otra etapa de su vida es como salir de cañas con un viejo amigo al que hacía tiempo que no veía. Recuerdo sus manías, sus tocaos. Y me sigue pareciendo gracioso.
Después de varios años, reencontrarme con Pipi en otra etapa de su vida es como salir de cañas con un viejo amigo al que hacía tiempo que no veía. Recuerdo sus manías, sus tocaos. Y me sigue pareciendo gracioso.
Era la primera novela de Paul Auster que leía —un acierto indiscutible como regalo por parte de mi novia—, entrando directamente en el podio de mis autores favoritos; con dos nuevas entregas de su autoría en mi estantería —«La Trilogía de Nueva York» y «Leviatán»—.
Nunca olvidaremos
que las balas tienen dueños.
Que no vuelan por los aires,
si tú no las provocas.
Que cuando lo hacen,
tienen un buen motivo.
Desgraciadamente,
agarrados del gatillo.
La historia te arrastra con una opresión seductora hasta lo más bajo para ponerte a la altura moral de su protagonista. La odisea de un fracaso anunciado con tintes derrotistas que no lleva a ningún lado es, a fin de cuentas, un género en sí mismo, que entretiene y, lo más sorprendente, da pa lección vital.
Sentado en mi pequeña cafetería de siempre, en mi pequeña mesita redonda de costumbre, acompañado de un buen libro y una taza de café amargo, frente a esa pared cubierta de espejos. Igual que siempre, como a mí me gusta. Pero ¿por qué hoy es diferente…?
«Libertad, esclavos de tu definición, nunca sonaste como una canción de los Rolling Stones». Solemos atribuirles a las palabras más poder del que tienen en realidad.
¿Quién no recuerda esos peinados que parecían hechos a machetazos? Los desteñidos de agua oxigenada, los flequillos para todo —el cruzaito, el mazacote, el corto de más—, las mechas californianas. Y ¿las cejas extradepiladas?
Me decidí a leer este libro porque el tema que trata me fascina. Considero que la locura, como pequeña ventana al potencial de nuestro cerebro
Aparquen aquí sus sentimientos, —pasen y vean—, innumerables contiendas, cientos de participantes a una sola mesa, jugando barajas sin cartas, para obtener por fin sus
El faro en lo alto de la montaña que lindaba con el mar. Un lugar respetado por todos, de culto para los más jóvenes —el