J.S. Sansano

«Dispersión», por Pepe Colubi

Después de varios años, reencontrarme con Pipi en otra etapa de su vida es como salir de cañas con un viejo amigo al que hacía tiempo que no veía. Recuerdo sus manías, sus tocaos. Y me sigue pareciendo gracioso.

Aunque ya me tiene ganao de partida, Colubi me vuelve a engatusar con su talento para ilustrar, de forma perspicaz y juguetona, todo tipo de situaciones y sensaciones, que van de lo humillante a lo hilarante sin pasar por la cabina de peaje. «Apoyadura» como cenit de un desparpajo al escribir que ha sido refinado hasta alcanzar su propio estilo e identidad, uno en el que, inevitablemente, soltar una carcajada con cierto malestar pudoroso es sinónimo de Colubi —sobre todo, si te pilla en el autobús—.

Al leer la novela, en mi mente resuenan ecos del «Guardián entre el Centeno», de J.D. Salinger, siendo Pipi, el protagonista, el que actúa como un Holden Caulfield para sí mismo, evitando en todo momento que se despeñe por el barranco de la vida adulta. Con esa desidia juvenil tan característica, se abre paso a golpes de realidad y nihilismo descarado que, curiosamente, es esa falta de objetivos palmaria la que aporta la coherencia narrativa.

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Una estructura que, por otra parte, sigue la estela de sus predecesores y, más que avanzar encorsetada por un contexto que haga de hilo conductor, parece una antología de sketches con su protagonista como único nexo argumental.

Lo que no quita que se den algunas escenas memorables, como en el caso de la boda de su hermano, cargada de épica transgresora y una acidez tan corrosiva como la saliva del Alien; una estampa fiel de la pompa sardónica que rebañaba las bodas de los 90’s. Dando a luz uno de los mejores párrafos del libro en donde se describe, a modo de plano secuencia sin más signos de puntuación que las comas, la deriva del dicho evento hasta que, en palabras de su autor, se torna en toda una confusión de «griterío y sensación de euforia desatada con una música horrible que lo envuelve todo como la seda al gusano». O la alegoría de la pizza y su autoconsciencia, en otra escena impagable.

El libro está plagado de sabiduría en forma de frases magistrales, que definen la vida en tantos sentidos y de tantas personas —como un servidor— abocadas a exprimir su creatividad sin ánimo fehaciente de lucro:

«La sensación de invisibilidad cuando los que te rodean no son dados al elogio es más poderosa que la autoestima».

Colubi es tan consciente de la ridiculez que impera en las vidas de las personas promedio con metas de protagonistas de biopics, que es capaz de modelarla a su antojo para desatar un reflejo áspero de la realidad con tintes paródicos. Es el filósofo de los tiempos que corren, la doctrina Colubista para los optimistas sin ambiciones y mucho tiempo libre:

«Avanzamos entre pautas. La vida es lo que sucede entre las metas volantes que nos marcan el camino. […] Estamos hechos al desecho».

Y casi podría jurar que en este libro se relata la peor escena de sexo mejor dirigida: un 69 mal dibujado.

Aunque es innegable la impresión de que todo transcurre por inercia, en una sucesión de relatos sin un desafío locomotor definido, la narración atrapa por su creatividad y magnífica exposición de los acontecimientos. Conforme avanza, lo escatológico y el humor ruin le van cediendo el testigo al nihilismo y al vacío existencial en el último tercio de la novela.

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En conclusión.

Siento que la obra hace honor a su título y, conforme uno se adentra en ella, la narración se dispersa hasta generar un vacío de intenciones. Es la eficacia de la retórica de su autor, aparentemente vulgar pero fina como ya quisieran muchos, la que lo mantiene a flote hasta el final. No busca dar lecciones de vida, pero las manipula, con inteligencia y sentido del humor, hasta resultar convincentes. Se abusa un poco de los volantazos finales como ruta de escape ante un callejón sin salida, de las elipsis para concluir una escena.

Pero, incluso en sus compases finales, donde la narración se siente más diluida, logra conmover sin esa intención patente y presuntuosa de otros autores. Y a mí, por lo menos, me ha parecido el ensayo —no pretendido— sobre la vida misma, en su mínima expresión de ambición, más elocuente que he podido leer.

Me quito el sombrero, Pipi. Y hasta que nos volvamos a leer.