Cuando leí este libro en el año de su publicación, y dejó en mí una sensación general, como aletargada en mi subconsciente, de que había leído una maravilla conceptual. Retomé sus páginas con la intención de analizarlo en profundidad. Aunque admito que, parte de este análisis, podría estar condicionado por la admiración que siento hacia su autor, también por la afinidad que me despierta con esta novela. Si por pedir fuera, me lo pido como ejemplo a seguir en la vida.
A modo de —nada— discreto homenaje hacia su obra, me gustaría empezar respondiendo a un par de preguntas, para comprobar si he asimilado bien el concepto principal. Para ello recurriré, ni más ni menos, a algunas de mis personalidades, o álter egos, más representativos —Vergonzantes y no tanto, en el caso del señor Balmes—.
Para empezar: ¿Qué es el Hambre Invisible?
—Es la imperiosa necesidad de escribir a todas horas. En nuestro caso, cuando el tiempo libre lo permita. Dejar de lado amistades, ocio y otras obligaciones…, de no ser por los otros, claro —diría Mi Parte de Razón, conocido en los suburbios de mi ciudad interior como Escritor.
—Jugar a la Play, leer libros, manga, escuchar música…, ¡lo que sea! Consumir arte, disfrutar del arte, para eso está, ¿no? La vida está que arde, hay estímulos por todas partes, cada vez más. Hoy en día, madurar es cosa de frutas —diría el Bicho Raro, mejor conocido como el Friki. «Pero ¿no sería mejor crear nuestro propio arte?», le recriminaría Mi Parte de Razón—. ¡Entonces no tendría tiempo para jugar! —replicaría el otro.
—Yo creo que el Hambre Invisible es dar lo mejor de uno mismo para que los demás puedan sentirse orgullosos de uno mismo. Es lo mismo para todos, supongo —diría el Bueno para Algo, el tan despegado de la (ir)realidad, el Currante—. A fin de cuentas, uno mismo no es nadie sin los demás. Le debo tanto a tantas y tantas personas…
—Ni de coña, currante. El Hambre Invisible, como su nombre indica, es un hambre que no puedes saciar. ¡Está claro! ¡Es follar cuanto puedas y más! Si hay suerte. Salir, beber y pasarlo bien, ya lo decía Extremoduro. Pero, para extremo duro… ya sabes por dónde voy. ¡La vida es corta, joder! ¿La vamos a malgastar currando? —Ni caso a este, es el Trasnochador, está de resaca; vive más de noche que de día.
Luego estaría el Proeta —de la proesía, nada que ver con el grupo terrorista—, que nos hablaría de la belleza oculta en la inmundicia del mundo moderno, de cómo atraparla con las palabras. El Rockmántico —duro por fuera, blandito por dentro—, él encontró su camino hace tiempo, le dio forma a su propia Hambre Invisible. O el Candido Enmascarado —sin tilde en la «a», miente más que habla por aparentar—, pero hacer caso a este sería un malgasto de tiempo, quedó desfasado hace años…
Y habría otros, pero mejor seguir con el tema en cuestión.
Y, decidme todos, ¿ser raro es malo?
—¡Para nada! —responderían al unísono.
Por una vez, Regidor parece estar haciendo bien su trabajo.
—¡Ser raro es cosa de anormales! —respondería uno al final, el Inquisidor, dispuesto a poner orden y empezar una quema de brujas entre mis álter egos, si la situación así lo requería.
Bueno, parece que no es tan sencillo como creía…
Volviendo al libro. Es una maravilla conceptual, es cierto. De una introspección magistral, un doctorado en el psicoanálisis propio. Una hermosísima operación a corazón abierto que plasma su contenido a modo de prosa vigorosa, desvergonzada e imaginativa, hasta los límites característicos del soporte para este arte: la literatura.
PLANTEAMIENTO
Se nos plantea que el protagonista, Román Espinelli —o Equilibrista—, debe encontrar a su musa, su inspiración, también llamada Edith, adentrándose en su ciudad interior: Bruma. Un mundo con sus propias reglas y psicogeografía. Allí se entrevistará con los Vergonzantes, partes de su personalidad a las que se les ha negado el derecho a dejarse ver por la Avenida de la Luz; es decir, a mostrarse en público. Estas entrevistas le ayudarán a descubrir, o recordar, el paradero de Edith.
ESTRUCTURA
Dada la estructura basada en entrevistas, es innegable que el diálogo es parte fundamental del relato, y la lectura puede hacerse un poco densa en algunos tramos. Cada línea de conversación está nutrida de matices, simbolismos y dobles sentidos, con tal profundidad de exposición interna que provoca cierto pudor al sentir que estamos presenciando un desnudo emocional integral —asumiendo también al protagonista como un trasunto del personaje público—. Siendo un discurso tan lúcido que, a veces, puede incluso cegarnos, exigiéndonos una relectura de las líneas en cuestión. Íntimo y apasionante en todo momento.
Se podría decir que cuenta con un fantástico flujo de soberbias sandeces a las que, su autor, es capaz de dar sentido e, incluso, inculcar moralejas. Es fascinante hasta el punto de no poder sentir más que admiración al ver la gran variedad de situaciones y emociones retratadas en un solo libro. También un poquito de envidia. Y unas ganas tremendas de conocerlo en persona para poder hablar de cualquier cosa.
Aunque no me extrañaría que a alguien se le hiciese bola. Al leer, sentía que mi mente requería toda su atención; incluso más, conocer algunos datos biográficos de su autor para completar el subtexto. No digo que esto sea un inconveniente, para algunos tal vez, pero es un reto apasionante, que gana profundidad cuanto más ponemos de nuestra parte.
TRAMA
Ya desde su comienzo, con una introducción que flirtea con la metarealidad, pasando por el diálogo con Escritor, hasta la presentación de Bruma, todo son incógnitas. De un modo casi instantáneo, se establece un objetivo: localizar a Edith por medio de las entrevistas con los Vergonzantes. Lo que provoca una necesidad ciega de seguir leyendo, de conocer a fondo ese mundo surrealista.
Cada encuentro con sus personalidades, o Vergonzantes, representa una etapa del desarrollo emocional y psíquico del protagonista. La apreciación de la belleza, del arte y la juventud, con el joven Halley; del despertar sexual, de alejarse del comedimiento impuesto por el buen hacer social, con Líbid; del despecho y el desapego, con Antilíbid; de la depresión ante la idealización de nuestras metas más elevadas, de la renuncia, con Pertur; de la hipocresía que contraes con la madurez, del paso del tiempo y el concepto de ser parte de la sociedad, con Bourgueois; o de la inspiración y la improvisación, con Tôdas. Entre otras sorpresas.
CONSIDERACIONES
Hay metáforas maravillosas en cuanto a la representación de los sentimientos de cada entrevistado. Algunas, comedidas y poéticas, como el renacer del Poeta Halley de la costilla del niño insano y a salvo —adelantando y desorientando con artucia—, o la condena del depresivo Perturbado a vivir en un hostal financiado por el Ayuntamiento de su ciudad interior, sin acceso permitido, pero con vistas, a la Avenida de la Luz. Otras, exageradamente expositivas para mi gusto, como el combate de boxeo y la carrera contra Tiempo.
Si bien las entrevistas y su contenido son apasionantes, suelen pecar de alargarse más de la cuenta —a mi parecer—. Se podría decir lo mismo con menos. Lo que provoca un descentramiento en la trama de la búsqueda de Edith, dando la sensación de no avanzar con la premura suficiente.
Por último, siento que el final se podría haber planteado de otro modo. No peca de previsible, pero es un tanto facilón, en mi opinión. Se podría haber adelantado la introducción de cierto personaje y que, dada su envergadura y arrogancia, impidiese a Equilibrista explorar mejor el lugar en el que habita. De este modo, la trama contaría con un eje central que sirviera de apoyo para el descentramiento de su objetivo principal, sin sentir que orbitamos en un espacio de infinitas posibilidades, a la deriva.
No obstante, la resolución final me parece hermosa. Una lección vital contundente y coherente con el relato.
CONCLUSIÓN
Considero que el libro es una terapia de choque para su autor. Refleja un salvajismo satírico y mordaz de su propia concepción; por no decir, comprensión de sus limitaciones y valores; dándole forma de narración entretenida, íntima e inteligente. Me provoca una admiración irreparable, que alguien tan complejo sea capaz de sintetizarse a este nivel.
Si nos permitimos dar un paso más allá en nuestra comprensión lectora, y ahondamos en los simbolismos que retrata, esta obra podría durarnos meses completos. Es una novela con la que sacar tus propias conclusiones, mirarte al espejo, una vez la termines, y hacerte algunas preguntas. Y darte cuenta de cómo desvías la mirada ante ciertas respuestas.
Todos deberíamos atrevernos a escribir un libro así una vez en la vida.