J.S. Sansano

«El Corresponsal», por David Jiménez

Durante mucho tiempo pensé que contando lo absurdo de la condición humana ayudaría a mejorarla. A ti puedo confesártelo: fracasé. Solo me arrepiento de no haber disfrutado el viaje.

Después de ver la entrevista a David Jiménez en The Wild Project, supe que tenía que leer «El Corresponsal». Me fascinan las novelas que van un paso más allá de la autobiografía, en las que su autor recurre a experiencias reales para orquestar una ficción basada en un panorama al que no estamos acostumbrados, como las guerras y los países tiranizados. Era un comienzo prometedor.

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PLANTEAMIENTO

La historia nos presenta a una serie de personajes desde el punto de vista de Miguel Bravo, quien se estrena como periodista corresponsal en Birmania durante las conocidas «Revueltas Azafrán» —llamadas así por el color de las túnicas de los monjes que, por primera vez, participaron en este tipo de movimientos sociales—. Entre los personajes descritos, destaca la presencia de Daniel Vinton, un corresponsal americano, curtido en varias guerras y conflictos ideológicos —del que no puedo evitar pensar que se trata de un trasunto del propio autor—. Este es el personaje con más desarrollo, por encima incluso del protagonista.

El periodismo es el arte de hacer interesante lo importante. Consigue que a los jaliqueños les interese aquel mundo lejano y te habrás graduado en esta profesión de golfos y embusteros, la mejor que nunca existió.

La historia nos traslada directamente a un conflicto emergente donde los corresponsales luchan por obtener la mejor exclusiva, inconscientes del peligro al que se enfrentan. Conforme avanza la trama, somos partícipes de la ingenuidad con la que el protagonista vive los acontecimientos y sopesa los augurios de algunos personajes más experimentados —y de otros, un tanto más esotéricos—, lo que provoca un temor creciente en el lector, que lo embarga todo hasta la mitad del libro. Tras el suceso que marca el punto de inflexión en la historia, se incide más en los personajes secundarios y la trama cobra un matiz más introspectivo, emocional, hasta su mismo desenlace.

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PROFUNDIDAD

He echado en falta más profundidad en la pérdida sufrida por el protagonista y los sucesos traumáticos que experimenta. La ira puede sofocar la pena, pero la narración apenas se ve afectada por estos sentimientos, lo que la hace sentir un tanto impersonal.

Algunas tramas secundarias se plantean sin mayor justificación que dar tridimensionalidad a sus personajes secundarios, lo que suscita serias dudas respecto a otros personajes más terciarios que no tienen un desenlace apropiado —como el caso de un personaje mudo, que se presenta en plena conspiración de la existencia de un soplón entre los corresponsales—. Otras tramas, como la del libro apócrifo del Than Shew, que fue repartido entre la población a fascículos para evitar la detención de su autor, resultan interesantísimas y merecen una novela aparte. Del mismo modo, algunos secundarios cuentan con cierres magníficos para sus tramas independientes.

Myo Oo sonrió al juez y se extendió en la respuesta: «Mi libro describe un país sometido a la dictadura, la cobardía y el analfabetismo; donde los verdaderos criminales viven en palacios y los inocentes son condenados a prisión; las escuelas no tienen pupitres y al Ejército le sobran armas; los héroes son olvidados y los traidores esculpidos en bronce; un rincón perdido del mundo donde los comediantes lloran y los verdugos ríen; los novelistas escriben desde la cárcel y los jueces son incapaces de diferenciar ficción de realidad. Ese país se llama Birmania y, efectivamente, es el que describo en mi obra».


NARRACIÓN

La redacción no tiene pegas. Es precisa, eficaz, no se antepone al relato, no abusa de figuras literarias ni retóricas. Consigue su propósito y nos traslada al evento en cuestión, que se adereza con la incorporación de tramas secundarias e información relevante del país, dando forma a un prisma multicultural de colores preciosos, con un trasfondo oscuro en su acabado.

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CONCLUSIÓN

El final deja una sensación agridulce, donde los triunfos se relatan con verdadera amargura. En la búsqueda de transmitir la verdad, para concienciar a nivel nacional, un corresponsal se ha de entrevistar con las víctimas. No debe ser fácil salir ileso de algo así. Este sentimiento en particular, el libro lo retrata con brillantez. Y, cuando estás llegando a las últimas páginas, sientes que un pedacito de ti se ha quedado entre ellas. Es un libro que deja poso, que alcanza tu corazón y deja mella.

Es fácil observar los hechos desde la distancia. Involucrarse, no tanto. Por algún sitio hay que empezar, ¿no?

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