El texto brilla por la inmersión en la psique de su narradora, Frances, siempre tan reflexiva. Un ejercicio magistral de deconstrucción de un personaje, desde la idealización de una existencia nihilista, hasta abrazar su fragilidad física y emocional.
Es curioso, recuerdo perfectamente cuándo escribí esta poesía, o proesía. Me sentía atrapado en un sueldo de 500/700 € al mes. En un piso compartido. En una rueda de amores, de bajo presupuesto, a la que me aficioné por la escasa implicación que exigía y por su «versatilidad». Pese a todo, me sentía conforme. Tenía tiempo para escribir, eso era realmente importante.
Con cada relación, vivimos momentos “únicos”, que hacen de los lugares más cotidianos, magníficos palacios dedicados al recuerdo de esa pareja. Pero ¿qué ocurre cuando pasamos página y llega otra?
Ahora empiezo a despedirme. Todo final tiene un comienzo, el mío es siendo un viejo decrépito, y mis memorias, aunque plasmadas en algún que otro libro, ya son etéreas. Por recordar, recuerdo casi todo, pero un mar de niebla lo recubre ahora un poco. Si miro a través de la neblina, ¿qué veo…?
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