J.S. Sansano

El Principio del Final (o Cómo Acabar una Historia antes de Empezar)

Ahora empiezo a despedirme. Todo final tiene un comienzo, el mío es siendo un viejo decrépito, y mis memorias, aunque plasmadas en algún que otro libro, ya son etéreas. Por recordar, recuerdo casi todo, pero un mar de niebla lo recubre ahora un poco. Si miro a través de la neblina, ¿qué veo…?

Me veo junto a ella, compartiendo mis últimos días.

Nos fuimos más lejos de lo que nunca pretendimos, lejos de nuestros seres queridos. No por indiferencia o hastío, siempre los quisimos, pero ese abismo que nos separaba entonces, ahora, resultaba reparador para nosotros… En absoluto para ellos.

Frente a un mar de un azul irreconocible, con algas como de neón brillando bajo la superficie, nos despedimos el uno del otro. Surcaron sus mejillas lágrimas como estrellas fugaces arañaban el oscuro caparazón de la noche. En mis ojos, anegados, se reflejaba ese mar infinito acampado ante nosotros. Un último beso de sus labios, y mi aliento le perteneció hasta el final de sus días. En realidad, siempre fue suyo.

Antes, años de inmensa felicidad. Lujos que nunca llegaría a igualar. El cambio irreversible de su piel, su cabello trazado de canas, pero ella siempre tan guapa, una belleza imperecedera. El canto de su risa, las sonrisas que dan la vida, las encrucijadas de miradas encontradas que nunca perdimos de vista. Cientos de viajes, un mundo entero que fue haciéndose más pequeño conforme lo imprimíamos en fotografías. Un oasis de conversaciones y sueños en mitad del vendaval, del estruendo ensordecedor del pasar de los años. Y la luna, oh, fiel consejera, compañera viajera; nuestra eterna observadora.

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Y los hijos. Prefiero no hablar de nuestros hijos aquí. Ellos saben cuantísimo y más, nunca dejamos que lo ignoraran. Vivieron salvajes, desafiantes, repletos de ilusión y respetando a sus semejantes. Y, sobre todo, vivieron siendo amados.

Y llegó ella. Hubo muchas otras antes, no lo niego, pero quizá sea por esa neblina, o porque ella pintó de colores hasta el último rincón de mis sentidos, renovando cada sensación, cada memoria, cada lugar…, que ya no recuerdo a ninguna otra.

Llegó ella, como una hoja arrastrada por la brisa, una flor marchita por el sol del verano, raída y carcomida por las dudas. Pero, a pesar de todo…, el otoño siempre fue mi época del año favorita. Se hizo de noche, y la luna vino de su mano. Despertó en mí todas las emociones que nunca entendí, que asumí ajenas a mi ser; adrenalina pura al recorrer su piel, sus caderas, hasta la sima del placer. Nunca vi nada resplandecer como ella, una persona hecha de fuegos artificiales.

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Antes, todos mis sueños. Las dudas, los impuestos de las prórrogas constantes, ciénagas de autocensura, del falso reconocimiento. Me doctoré en las ciencias ocultas del amor sin prestarme a amar, en la procrastinación del que mucho abarca pero poco rema, en un sinfín de metáforas caducas de significado a la experiencia del portador. Aun así, nunca me di por vencido, y aunque en más de una ocasión me faltó el valor para confiar en mí, al final llegué hasta aquí.

Y ¿ahora qué? Para empezar el final diré que nunca estuve solo, que tuve más compañía de la que merecí. Padres, hermanos, amigos, tantos a los que tanto debo y nunca olvidaré…

Pero ya no recuerdo si este lienzo en blanco es para pintar un comienzo o describir el final. Ha pasado mucho tiempo desde que lo empecé y, aunque puedo dar gracias por ello, ya no recuerdo bien. Ahora estoy solo, el silencio me abruma en el vacío, sólo puedo pensar. Pero ¿por cuánto tiempo? ¿Y de quién me olvido? Hay alguien más, es importante para mí, ¿por qué no puedo recordar…?

Fue al principio, estoy seguro. Con él aprendí a soñar despierto. Era…, era…

—Hola. Cuánto tiempo, ¿verdad? Qué paisaje tan bonito tenemos aquí. Un parque abovedado de árboles con el mar de fondo. Siempre ha estado ahí, ¿verdad? ¿Te acuerdas de mí?

—Me acuerdo…, sí. Me acuerdo. No has envejecido nada.

—Siempre fui un viejo para ti. Nada te divertía tanto como surcar mis arrugas con tus deditos. ¿Lo ves? Casi estamos llegando al principio. Te acunaba entre mis brazos y, al murmullo de una canción que inventaba para ti, te dormías con un gesto de tranquilidad infinita.

—Lo veo… Ya se acaba. O empieza… Te he echado de menos, abuelo.

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