J.S. Sansano

Loco sin Atar

Descaro y perfidia,
resguardo de aDios.
No olviden recogerlo
a la salida, por favor.

Repongo las minas
anti-personas del amor.
¿Si acaso una explota,
nos representa a los dos?

Y compongo la melodía
de los últimos en llegar,
de los besos de despedida,
de la nieve fría sin pisar.

Y ahora me conoces
un poco mejor.
Te sabes mis atajos
a la perfección.
¿Te acuerdas que te dije
que había un callejón,
de esos sin salida,
que me recordaba a los dos?

Será porque el final
nunca es un final.
Será porque si hay un muro,
nos tocará escalar.
Será porque lo importante
es el camino, y no el final.

Llegado el momento,
habrá que liberar
a los locos de atar
y dejarlos flotar.

Loco sin atar, loco sin atar,
si mi cordura
es un globo que se va.
Loco sin atar, loco sin atar,
si mi cordura
ya flota en la inmensidad.

Me cuesta expresar lo que representa esta proesía para mí.

Es un collage de sentimientos cuajados en palabras con cierto ritmillo. La escribí por partes, en épocas muy diferentes de mi vida. Por eso digo que, si compone una imagen final, es a base de otras muy pequeñas que ganan coherencia conforme nos alejamos del total.

Me reencuentro en ella con esa sensación de ilusión abatida por las circunstancias. Uno deja de buscar esperando encontrar o que, algún día, lo encuentren a él. Pero, con el paso de los años, hasta la confianza ciega se oxida. Mirarse al espejo pasa por un ejercicio atroz de contarse las canas y no malgastar en sonrisas por no blandir otra arruga.

Sin nadie que nos piropeé de vez en cuando, ¿qué nos queda? ¿Instagram…?

No obstante, me sentía cómodo en ese papel de mártir clamoroso. En esta parte del mundo, sufrir, lo que se dice sufrir de verdad, lo hacemos más bien para tener algo de qué hablar —luego están los que sí sufren, por supuesto, dejadlos en paz, que nadie los ayude no nos vayan a contagiar—. En ese aspecto, lo llevaba con bastante dignidad.

Luego me descubro abriéndome por completo a esa persona a la que le contaba todo esto sin rodeos, sin cacarear. Recuerdo que me contó esa historia de un callejón que no parecía tener salida, pero siguió andando hasta el final, quién sabe por qué, y dio con una salida escondida. Estaba en el coche, esperando mientras ella sacaba dinero de un cajero, y recuerdo pensar: joder, ¿y si todo tiene sentido cuando te acercas un poco?

Dando un paso adelante, alejándome de mi ego, empecé a ver las cosas de otro modo.

La última parte va un poco de eso. De soltar las ataduras que nos arrastran hacia esos comportamientos tóxicos y bochornosos: el ego, el afán de protagonismo. Ni la vida es una serie, ni hay un final escrito para ti. Deja de limitarte y empieza a flotar.

Eso hice. Y supongo que me salió bien. No esperaba que ella tendiera su mano y me agarrara de la cola —eso vendría después—. Por esperar, ya no esperaba nada.

Pero sí me sorprendió, y me hizo muy feliz, joder, por qué no decirlo, ver que ella también flotaba a mi lado.

Y a perderse en la inmensidad toca.