J.S. Sansano

Hechos a Medida

Reflejo traicionero
de los que vuelan sin argumentos,
batiendo capas de banderas,
surcando a su paso las fronteras.

Guerras mediáticas con censura,
silencios acomodados entre bambalinas.
Humo blanco, habemus habanos.
Sudores fríos, si tu equipo la pifia.

Y es prudente calmar los nervios,
el estrés no es ningún mal ajeno.
Debido a la dura vida del postrado,
en un sillón, a un mando maniatado.

Y a cualquier tiempo pasado,
ríen las hienas y comandan
comparsas de buitres al paso
que arrasan con nuestro legado.

¡Abran fuego al corazón!
Ellos ya se bajan el pantalón.
De colores quemen sus banderas,
ojo avizor, y… felices fiestas.

Y conviene hablar del clima,
de los muertos en la cima,
de lo alto que anda el IVA,
de la miseria consentida.

Hechos pasados,
hechos a medida.
¿Y aún te sorprende…
que no me quede tinta?

A diferencia de todo lo escrito anteriormente desde mi vertiente más lírica, esta poesía, o proesía, surge de la nada.

Es cierto que la nada nunca es hueca del todo, ni un fondo blanco u oscuro como se la imaginan algunos. En mi caso, la nada se podría considerar como un estado de disociación mental —no confundir con la meditación, por favor, eso es muchísimo más sano que esto—, algo que se produce por altas cargas de trabajo que me impiden enfocarme en ese otro menester que tan pocos frutos me da y tanta satisfacción. Dentro del ordenado caos que puede ser la vida de cualquier adulto medianamente responsable con ciertas aspiraciones, de vez en cuando, siento que la inspiración me abandona y todo lo que escribo sabe a mierda. En esos momentos, me centro en ser un buen currelas y sacar partido del dinero que mis padres han invertido en mi educación.

Dicho esto —que no falte la turra—, recuerdo perfectamente el momento en que inicié esta proesía. Mi mente era un reflector, todo me rebotaba, nada penetraba. O eso pensaba yo. Una amiga, que ni trabajaba ni estudiaba, me había contado que sufría estrés; hacía poco había leído el artículo de un corresponsal que relataba cómo un francotirador mataba a la madre de dos niños y, viendo que estos no huían, permaneciendo junto al cadáver, decidía abatirlos también; y la política, como siempre, iba de culo en mi país.

Iba de camino a casa de mi abuela cuando, de pronto, me asaltaron los primeros versos de esta poesía. Cogí el móvil, lo apunté a vuelapluma. Llegué a la puerta de la casa de mi abuela y aún estuve un rato abajo, anotando, antes de poder subir a verla.

Luego releí lo que había escrito, y saqué algo en claro: en un mundo con tanto ruido, a veces, vale la pena convertirnos en filtros para refinar lo que sucede a nuestro alrededor, para identificar lo verdaderamente importante —para nosotros—, para comprender, para ser críticos…

Luego, bueno, pues ya seguimos a lo nuestro si eso.