J.S. Sansano

Baile de Máscaras

Sentado en mi pequeña cafetería de siempre, en mi pequeña mesita redonda de costumbre, acompañado de un buen libro y una taza de café amargo, frente a esa pared cubierta de espejos. Igual que siempre, como a mí me gusta.

Pero ¿por qué hoy es diferente…? ¿Desde cuándo se han puesto de moda esas estúpidas máscaras de animales? Parecen un híbrido entre las venecianas y de animales. Lo más desagradable que puedas encontrarte hoy en día en una cafetería. Y ¿por qué todos me miran? ¿Será porque soy el único que no lleva una? ¿Desde cuándo se han puesto tan de moda esas estúpidas máscaras?

Me fijo en mi alrededor y ahí están, por todas partes. Sentados a la barra girados hacia mí, en las otras mesitas, desde la calle a través del ventanal. Pero… ¡¿por qué todos me miran?! ¿Eso es un caballo o una jirafa? ¡Por Dios! Entonces me veo reflejado en el espejo, con mi traje gris de los domingos, mi corbata perfectamente lisa y… ¡esa estúpida máscara! Es imposible. Me sacudo la cara y compruebo que allí no hay ninguna máscara —¡Ni casi pelo, calvorota!—. Escondo la mirada en mi taza de café, me tiemblan las manos. Y caigo en la cuenta… ¿por qué hay un equipo de natación sincronizada en mi café? Con sus bañadores amarillos y sus gorros elásticos a juego, forman figuras con las piernas y los brazos. ¿Eso es una estrella? ¡Por Dios!

Cuando levanto la mirada, descubro que hay muchos más, están por todas partes. ¿Eso es una cigüeña o un pato? Se detienen y me observan. Me siento tan incómodo en mi silla como anclado a ella —¡Pues siéntate bien, subnormal!—. Y así… ¡¿qué?!, empiezan a bailar.

Hacen ondulaciones con los brazos y saltan de pies juntillas, avanzando hacia mí, girando sobre sí mismos. Todos al unísono. ¡Me rodean! Me agazapo entre mis brazos, y cuando quiero darme cuenta…, todos se han desvanecido. Y el café intacto.

Desorientado, decido salir a la calle, volver a mi casa. Emprendo el mismo camino de siempre, por la misma calle que de costumbre, estrecha y peatonal, de bajada. Igual que siempre, como a mí me gusta. Sin sobresaltos ni gente con máscaras extrañas. Pero allí no hay nadie. Eso es diferente. Y entonces…, ellos de nuevo.

Me vigilan desde cada esquina, inmóviles, acechantes. ¿Eso es un camello o un dromedario? —¡Qué más da si son iguales, patán!—. Y otra vez se ponen a bailar. Deambulan de un extremo a otro del camino, moviendo las caderas con las manos en las cinturas mientras yo avanzo entre ellos. No intentan detenerme, simplemente bailan a mi alrededor. Y aquí es cuando oigo la música. ¡¿De dónde sale esa música?! ¿Es música disco o un disco de música? —¡Anormal!—.

Accedo a la plaza central y allí, en la misma fuente donde solemos celebrar la victoria de nuestro equipo de fútbol regional —¡Pero si no ves los partidos, mamarracho!—, las mismas chicas de antes, del equipo de natación sincronizada, enfundadas en sus bañadores rosas —sí, rosas, ¿qué pasa?—, giran y forman figuras en ella. Entonces baja una gran bola de discoteca y empieza a resplandecer sobre la fuente, salpimentando de brillantes la plaza. Pero ¡¿quién la sujeta?! —¡Tu madre, idiota, que está aquí arriba!—.

Todos vuelven a bailar del mismo modo que en la cafetería, moviendo los brazos y brincando de pies juntillas. Girando sobre sí mismos y cerrando un círculo a mi alrededor. Cada vez son más, son mayoría; si botasen juntos, sería una catástrofe. Lo hacen, ¡votan! Se acercan a las urnas… ¡No, por Dios, no! ¡A los verdes no, antes a los de izquierda! Ya los tengo encima, me rodean, se aglutinan y me observan con esas caras de animales deformes cubriéndoles sus caras —¡Valga la rebuznacia!—. Me refugio entre mis brazos y, cuando quiero darme cuenta…, siguen ahí, a mi alrededor. Me han dejado una de esas estúpidas máscaras entre las manos.

¿Es un tigre o un gato?

Ahora escucho la música con mayor intensidad. Ellos se alinean delante de mí. Me pongo la estúpida máscara, se me ajusta como un guante. Les doy la espalda, al frente de todos, y me dispongo a bailar. Me siento como Michael Jackson liderando una multitud de bailarines, nos movemos igual que una marea. ¡Esto sí es coordinación! Bailamos en torno a la fuente, girando sobre nosotros mismos. ¡Es increíble! ¿Cómo he podido resistirme a esto? ¡Es fabuloso! —¡No, tú eres fabuloso, caprichito mío!—. Las chicas bailan en la fuente, nosotros bailamos en la plaza, y a nadie parece importarle una mierda el motivo. ¡¡Me siento tan vivo!!

De repente, aparece un tipo sin máscara entre todos nosotros. De traje gris y corbata. Qué idiota, pienso yo con mi traje de a colores, la corbata hecha una guirnalda. Se detiene la música, cesa el baile. Nos miramos unos a otros, cabras, cocodrilos, cebras, cerdos… todos juntos. Luego nos giramos hacia él. Se asusta, sale corriendo. Al principio es normal, pero está muy equivocado. ¿Quién no lo ha estado alguna vez…?

Todos juntos, como una ola, avanzamos.

Huye. Pero nadie puede hacerlo eternamente.