La cosa de publicar un libro
Hoy en día, publicar un libro no es la gran cosa. Con la cantidad de editoriales de autopublicación que hay, cualquiera —con dinero— puede hacerlo. Que quede claro, no le estoy quitando mérito a eso de tener dinero.
Hoy en día, publicar un libro no es la gran cosa. Con la cantidad de editoriales de autopublicación que hay, cualquiera —con dinero— puede hacerlo. Que quede claro, no le estoy quitando mérito a eso de tener dinero.
Ya van dos libros que leo, en lo que va de año, en cuyos finales dedican un tiempo a reflexionar sobre el mismo tema. De dos autores muy diferentes, ambos actuales. Esto me ha llevado a pensar que debe tratarse de un «mal moderno». El otro día, incluso, lo hablaba con unos amigos en un bar, con buen maridaje de cañas. Y es que de hablar va la cosa.
Era la primera novela de Paul Auster que leía —un acierto indiscutible como regalo por parte de mi novia—, entrando directamente en el podio de mis autores favoritos; con dos nuevas entregas de su autoría en mi estantería —«La Trilogía de Nueva York» y «Leviatán»—.
Me dejé arrastrar por mis temores una vez más. He caído tan profundo que ya ni siquiera le encuentro el significado. Ahora soy la sombra de mí mismo, un ser abstracto y desconsiderado conmigo.
Nunca olvidaremos
que las balas tienen dueños.
Que no vuelan por los aires,
si tú no las provocas.
Que cuando lo hacen,
tienen un buen motivo.
Desgraciadamente,
agarrados del gatillo.
Puede que con un solo día no sea suficiente para reconocer la implicación y el esfuerzo de tantas mujeres a lo largo de la historia para que, actualmente, podamos «seguir avanzando» hacia una sociedad plural y más equitativa. Justa. Para eso está el 8M, para recordarnos que aún nos queda trabajo por hacer.
Sentado en mi pequeña cafetería de siempre, en mi pequeña mesita redonda de costumbre, acompañado de un buen libro y una taza de café amargo, frente a esa pared cubierta de espejos. Igual que siempre, como a mí me gusta. Pero ¿por qué hoy es diferente…?
«Libertad, esclavos de tu definición, nunca sonaste como una canción de los Rolling Stones». Solemos atribuirles a las palabras más poder del que tienen en realidad.
¿Quién no recuerda esos peinados que parecían hechos a machetazos? Los desteñidos de agua oxigenada, los flequillos para todo —el cruzaito, el mazacote, el corto de más—, las mechas californianas. Y ¿las cejas extradepiladas?
Y si te paras a pensarlo, quizás, te coja de la mano. Y si te paras a pensarlo, jamás, me soltaré de tu mano.