J.S. Sansano

La violencia VS Lo sexual

El otro día vi una película de terror, «Cult of Chucky», la 7ª del «muñeco diabólico». A estas alturas, lo que en un principio se concibió como una saga de terror de los 80s, se ha convertido en un slasher casi paródico de su propio género. Al menos, esa es la sensación que da. Con un guion surrealista y simplificado hasta la caricatura, a fin de promover una matanza con cierto «sentido», y aún más por esa violencia desmedida y explícita que, en su desenfreno por mostrar y satisfacer a un público cada vez más insensibilizado, se pasa de pisada y deriva en una ridiculez autoconsciente.

A eso voy. No me escandaliza la violencia en la ficción, llevo años viendo películas de terror, desde esa primera «Drácula» de Coppola que me puse, a escondidas, mientras mis padres dormían. Antes, con 5 muertes en pantalla teníamos suficiente. Ahora queremos más. Y, a ser posible, que todo sea mucho más brutal.

A las pruebas me remito. En lo audiovisual, la nueva entrega de «La Matanza de Texas» —picadillo de influencers sin censura—, la serie «The Boys» —con un héroe que sí habría vencido a Thanos sin problemas—, o la última temporada de «Stranger Things», con ese aumento de muertes violentas, a veces, innecesario —pues otros directores, como M. Night Shyamalan, en su película «Tiempo», saben hacernos sufrir con mucha menos casquería en pantalla—. Debemos asumir que la sensibilidad del espectador promedio ante la violencia se ha curtido. «Impermeabilizado».

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Lo mismo ha pasado con la industria del porno. Ahora parece que, para ponerse cachondos, hay que recurrir a vídeos de madres y hermanastras con sus familiastros. Lo que sea. Ya lo decía Nacho Vidal en una entrevista: «un tanto enfermizo». Pero los tiempos cambian. A mejor o peor, ¡subjetividad!

Lo que me preocupa de verdad es que un beso lésbico, de unos segundos en pantalla, provoque un malestar mucho mayor que toda esa violencia desatada. Entiendo que la violencia está dirigida a un público adulto, pero un beso, joder, es inofensivo en todas sus facetas.

Me pregunto por qué no pueden verse, de forma natural, dos buenas tetas en pantalla —que ya no nos tragamos que la chica se ponga el pareo de sábanas después del sexo, por muy tímida que sea—, pero a un tío abriéndole el cuello a otro de un navajazo. ¿Es preferible que un muñeco asesino le taladre la cabeza a un tipo y la broca le salga por el ojo, a ver una felación entre dos personas? Porque lo primero se puede ver en Netflix sin censura. Lo segundo hay que googlearlo.

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Algún día entenderemos que ver a dos personas o más en pelotas, del sexo que sean, haciendo el amor, tiene una repercusión inocua en comparación a toda esa violencia explícita —doméstica, descarada, desacomplejada y gratuita—, que además flirtea con la comedia.

¡Violencia y contenido sexual en la misma advertencia antes de ver una serie!

Si voy por la calle y me encuentro a dos personas empotrándose sin ropa, no me voy a escandalizar tanto como si me encontrase a un degenerado descuartizando a un transeúnte. Oye, no me ha pasado nunca, pero estoy seguro. ¿Qué es lo bueno y qué lo malo? Si me preguntan a mí, creo que hay tabúes que, si no derribamos a tiempo, generarán otros mucho peores.

Ver un pene erecto en la tele está prohibido.

Un puñal manchado de sangre humana, no.

Ya veremos lo que pasa.

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